Vivimos en la era de la información. Información. Información. Información. Más Información. Estamos saturados de información. Y toda esta información, y esta sociedad de la información, donde nos enteramos de todo, y presumimos de conocerlo todo de todo el mundo al momento, presume también de ser verídica. Toda la información que adquirimos es cierta, desde el momento que lleva detrás un nombre, una marca, un logotipo, una idea, o simplemente la palabra de alguien. Pero no es cierto. Ni la mitad (de la mitad de la mitad de la mitad... eso) de los estímulos informativos que recibimos a lo largo de un día puede responder a la pregunta de "¿esto es verdad?". La mayoría son inventados, o no ya inventados, sino tergiversados, malentendidos, y por gracia de alguien, difundidos como verdad para un público que no se molesta en pensar, en contrastar lo que recibe, en intentar ver más allá del alegato de un mindundi que dice ser importante. Pero qué podemos esperar de un público que se pasa media vida sentada delante del televisor atenta a vidas ajenas, que apenas lee, que no se molesta en buscarse su propia verdad. Aunque tampoco podemos fiarnos de todo lo que se escribe. No existe ninguna verdad absoluta, y esto es verdad. Todo es mentira, y no hay nada más cierto que esta sentencia. Estas paradojas parecen sin sentido, y son irresolubles, pero pueden ir más allá. ¿Cuál puede ser la solución? Como ya he dicho, que cada uno se busque su propia ver, busque la objetividad, encuentre su propia información veraz. Porque después, uno se deja guiar por lo que dice la mayoría, o esa persona que te cae bien, o un político, y se cae en errores pertinaces que acabamos repitiendo una y otra vez. Después vienen los llantos y los lloros. Y los problemas. Y todo por no pensar y buscar por uno mismo. Hay que joderse lo tonta que es la gente.
"Gossip" (2000) de Davis Guggenheim.
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